Autor: maria clara pop coman
Temática: General
Descripción: H Heeaatthheerr GGrrootthhaauuss –– E Ell gguueerrrreerroo 66 “Soy viuda”, pensó una y otra vez mientras se acercaba a ellos. “Mi esposo ha muerto”. Sus ojos marrones permanecieron secos, ella muy estirada, sus pasos lentos y medidos al son del toque fúnebre que resonaba en su cabeza: “Muerto. Muerto. Muerto”. El grupo de soldados que llevaba a cuestas la camilla atravesó el muro del pueblo y dejó el bulto que cargaban a los pies de su señora. Los hombres que pudieron se arrodillaron. —Mi señora —dijo el más alto del grupo. Se trataba de Barrett, un hombre muy conocido en Seacrest y para lady Ellora. Era la mano derecha de su esposo y también su amigo. —Luchó con bravura hasta el final —se pasó la mano, que parecía la garra de un pájaro, desde la desgreñada melena hacia la fuerte barba—. Recibió un flechazo entre las costillas. No sufrió. Ellora permaneció inmóvil, como si estuviera petrificada, con los ojos clavados en el bulto. Escuchó las palabras que Barrett pronunció con dulzura, pero fue incapaz de responder. La visión de la camilla le inundaba los sentidos. El cuerpo estaba envuelto en una tosca tela marrón, y sólo podía distinguirse la silueta de lord James, a excepción de una mano que había caído de la camilla y yacía con la palma hacia arriba sobre la tierra húmeda y compacta. Los soldados que habían llevado la carga dieron un paso atrás en señal de respeto, excepto Barrett, que se negaba a dejar a su señor ni siquiera en su muerte. El hombretón se limitó a posar la mirada sobre un punto distante del horizonte, al sur, para proporcionarle a la señora un poco de intimidad. Parecía como si todavía estuviera vigilando al enemigo. Ellora se arrodilló al lado de la camilla y alargó una mano vacilante para coger la de su esposo. La sintió fría y pesada, y la estrechó contra su piel cálida. Los dedos gruesos permanecieron rígidos sobre su palma, y ella le acarició con cariño la mano desde las yemas hasta la muñeca, hacia delante y hacia atrás. El patio estaba inusualmente silencioso. Sólo se escuchaban los suaves sonidos de los sollozos y los gemidos. Una repentina brisa fría se deslizó por la loma, presionando la túnica gris contra su delgado cuerpo y apartándole el velo de su rubia trenza. Ellora colocó la mano de lord James sobre su pecho y alzó el rostro hacia el viento, cerrando los ojos y aspirando el fuerte olor del otoño, una promesa del frío invierno que pronto envolvería Seacrest. Una única lágrima se le escapó de entre las pestañas. Su cálido trazo quedó enseguida congelado bajo la brisa. Barrett se acercó más. —¿Mi señora? Ellora abrió los ojos. Desvió la mirada del brazo ahora extendido de su esposo y la clavó en una estrecha banda de color que tenía colocada alrededor de la manga expuesta de su camiseta. —¿Mi señora? —repitió Barrett de nuevo—. ¿Lo trasladamos al salón? “Una insignia”, pensó rozando levemente la banda azul cielo. Deslizó el dedo hacia el final y tiró para soltarla, dejando al descubierto un trozo de seda cubierto de barro y con la letra “C” bordada en hilo del mismo tono. Ellora soltó el brazo de James como si le quemara. Todavía tenía el lazo enredado entre los dedos. Sentía que le faltaba aire en el pecho, no podía aspirar la brisa para llenarse los pulmones. Tenía el estómago líquido; sus ojos eran de piedra. Se la había llevado a la batalla. Finalmente aspiró algo de aire en el instante en que unos puntos negros comenzaron a nublarle la visión. Ellora alzó la vista para mirar el rostro preocupado de Barrett, y todo su cuerpo tembló cuando habló. —Sí. Llevadlo al salón. Ellora siguió a su esposo fallecido mientras lo arrastraban en la camilla por la oscuridad del salón. Llevaba la insignia de su brazo apretada en el puño, y mientras los pocos hombres que le quedaban colocaban a James delante del fuego, la mirada de Ellora se dirigió hacia los escalones de piedra que daban justo al lateral derecho del salón.